jueves, 10 de julio de 2014

Tiempo de verano


Publicado en la Revista Lubarri (Junio 2013). APA Karmelo Ikastetxea (Donostia)
¿Se puede volver al tiempo ordinario cuando se ha vivido la Pascua, el paso del Señor en mi vida? Estrena la vida.



     Después de vivir los días de Pasión y Gloria de Jesús hemos caminado los cincuenta días de la PASCUA y, mientras nos acercamos al final de curso y las vacaciones de verano, vamos entrando en el “Tiempo Ordinario”.
Nos debe costar entrar en este tiempo, porque se multiplican las fiestas: La Ascensión, La Trinidad, Corpus Christi, Sagrado Corazón de Jesús y de María, Jesucristo Sumo y eterno sacerdote… y vamos llegando al verano, despacito, con exámenes y despedidas, con ganas de playa, de montaña, ¿de crucero?, y con la sombra de la crisis que posiblemente nos haga reestructurar nuestras vacaciones y encauzar nuestros sueños por otros derroteros...
     Hace tiempo había quedado un día del mes de julio con un párroco buen amigo mío en su parroquia. Era por la tarde y cuando llegué lo encontré con una señora, agente de pastoral de la parroquia.
- Pasa, estamos terminando de preparar la Eucaristía de las familias del domingo.
- ¿En julio también? Yo creía que teníais vacaciones.
- Dios no tiene vacaciones, me contestó ella con una sonrisa.
Me quedé pensando y viene a mi memoria en más de una ocasión. Dios no tiene vacaciones, y el tiempo no puede volver a ser “ordinario” cuando se ha tenido la experiencia de la PASCUA, la experiencia de la RESURRECCIÓN, la experiencia y la fuerza del ESPÍRITU. Cuando se tiene, la EXPERIENCIA, que es algo más que pasar la hoja del calendario o vestirnos de fiesta o de sport, como más nos guste.
     Encuentro en Wikipedia (hace unos años hubiera ido a la “Espasa”, pero el tiempo, también el “ordinario”, cambia algunas costumbres) que el “Tiempo ordinario” suele ser definido como "el tiempo en que Cristo se hace presente y guía a su Iglesia por los caminos del mundo". Es un tiempo salpicado por los que denominamos “Tiempos fuertes”: Adviento, Navidad, Cuaresma, Pascua. Es el tiempo más largo del año litúrgico y donde Dios se hace presente en lo cotidiano, aunque a veces lo cotidiano sea reiterativo y hasta aburrido. Pero, también, en este “cotidiano” llega el verano y hay que encajar algunas circunstancias que no se dan en ese otro “cotidiano” de trabajo y estudio, exámenes y entrevistas, sonrisas detrás de un mostrador y quemaduras al salpicar el aceite o arrimarnos demasiado a la plancha.
     Dios no hace vacaciones, aunque las parroquias se suelen ver más vacías, la catequesis y los grupos se suspenden y si nos acercamos a celebrar la Eucaristía dominical vemos caras desconocidas u otras que hacía muchos años que no veíamos.
     No puedo dejar de insistir en que este tiempo de descanso es un tiempo propicio para experiencias personales y familiares, un tiempo para entrar dentro de nosotros mismos… sin prisas. Dejar crecer y acoger el deseo de estar a solas “con quien sabemos nos ama”, el Espíritu nos dota cada PENTECOSTÉS de sus dones, y ahora es tiempo de...
- Detener mis pasos, serenar el ritmo acelerado de mi vida, y contemplar todo lo que Dios me ha dado, SERENAMENTE.
- Callar un momento, silenciar el torbellino de ideas y sentimientos para estar ante Él con todos mis sentidos, ATENTAMENTE.
- Romper todas las murallas que se alzan en torno a mí, y dejarle entrar a cualquier hora, TRANQUILAMENTE.
- Vaciar mi casa y despojarme de todo lo que se me ha apegado para ofrecerle alojamiento DIGNAMENTE.
- Estar sólo con Él, llenarme de su Espíritu y querer, para marchar luego al encuentro de todo ALEGREMENTE.
- Sentir su aliento dándome paz, vida y sentido, para vivir este momento con Él, POSITIVAMENTE.
     Sí, es tiempo de entrar en nosotros mismos para conocernos, recrearnos en lo que el Señor nos ha regalado y nos regala, y dar un paso más, y otro, y otro más; porque no se trata de quedarnos ahí, “embobados”, sino de salir de nosotros mismos, (como personas, como familias, como comunidades cristianas) hacia todas las periferias existenciales y crecer en parresia, es decir en hablar y vivir de verdad, desde la verdad. Es el consejo que el papa Francisco dio a los obispos de la Conferencia episcopal Argentina y que nos da a cada uno de nosotros.
El papa Francisco, también dijo en esta ocasión que “una Iglesia que no sale, a la corta o a la larga se enferma en la atmósfera viciada de su encierro. Es verdad, también, que a una Iglesia que sale le puede pasar lo que a cualquier persona que sale a la calle: tener un accidente. Ante esta alternativa, les quiero decir francamente que prefiero mil veces una Iglesia accidentada que una Iglesia enferma”. Lo mismo se puede aplicar a la comunidad parroquial, a la familia, a cada cristiano.
Mª Victoria Alonso Domínguez, CM

 CON NUESTROS MEJORES DESEOS PARA ESTE VERANO
EL CONSEJO NACIONAL